viernes

JOSÉ SARAMAGO: TENDREMOS QUE CONTINUAR SOLOS

Ken Rosenthal



En el comunicado oficial, finalmente difundido cuando la noche ya iba avanzada, el jefe del gobierno ratificaba que no se había registrado ninguna defunción en todo el país desde el inicio del nuevo año, pedía comedimiento y sentido de la responsabilidad en los análisis e interpretaciones que del extraño suceso pudieran ser elaborados, recordaba que no se debería excluir la posibilidad de que se tratara de una casualidad fortuita, de una alteración cósmica meramente accidental y sin continuidad, de una conjunción excepcional de coincidencias intrusas en la ecuación espaciotiempo, pero que, por si acaso, ya se habían iniciado contactos exploratorios ante los organismos internacionales competentes para habilitar al gobierno en una acción tanto más eficaz cuanto más concertada pudiera ser.




Marcus Usherwood



Enunciadas estas vaguedades pseudocientíficas, destinadas también a tranquilizar, por lo incomprensibles, el desbarajuste que reinaba en el país, el primer ministro concluía afirmando que el gobierno se encontraba preparado para todas las eventualidades humanamente imaginables, decidido a encarar con valentía y con el indispensable apoyo de la ciudadanía los complejos problemas sociales, económicos, políticos y morales que la extinción definitiva de la muerte inevitablemente suscitaría, en el caso, más que previsible, de que llegara a confirmarse. Aceptaremos el reto de la inmortalidad del cuerpo, exclamó con tono arrebatado, si es ésa la voluntad de Dios, a quien agradeceremos por siempre jamás, con nuestras oraciones, que haya escogido al buen pueblo de este país como su instrumento. Significa esto, pensó el jefe del gobierno al terminar la lectura, que estamos con la soga al cuello. No se podía imaginar hasta qué punto la soga iba a apretarle.



Ken Rosenthal


Todavía no había pasado media hora cuando, en el coche oficial que lo conducía a casa, recibió una llamada del cardenal.



Michael Taylor


Buenas noches, señor primer ministro. Buenas noches, eminencia. Le telefoneo para decirle que me siento profundamente consternado. También yo, eminencia, la situación es muy grave, la más grave de cuantas el país ha vivido hasta hoy. No se trata de eso. De qué se trata entonces, eminencia. Es deplorable desde todos los puntos de vista que, al redactar la declaración que acabo de escuchar, usted no tuviera en cuenta aquello que constituye los cimientos, la viga maestra, la piedra angular, la llave de la bóveda de nuestra santa religión. Eminencia, perdone, recelo no comprender adónde quiere llegar. Sin muerte, óigame bien, señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay Iglesia, Demonios.



Jean Pronovost



No he entendido lo que ha dicho, repítalo, por favor, estaba callado, eminencia, probablemente habrá sido alguna interferencia causada por la electricidad atmosférica, por la estática, o un problema de cobertura, el satélite a veces falla, decía usted que.


Vaclav Vaca



Decía lo que cualquier católico, y usted no es excepción, tiene obligación de saber, que sin resurrección no hay Iglesia, además, cómo se le metió en la cabeza que Dios podría querer su propio fin, afirmarlo es una idea absolutamente sacrílega, tal vez la peor de las blasfemias. Eminencia, no he dicho que Dios quiera su propio fin. No con esas exactas palabras, pero admitió la posibilidad de que la inmortalidad del cuerpo resultara de la voluntad de Dios, no es necesario estar doctorado en lógica trascendental para darse cuenta de que quien dice una cosa dice la otra. Eminencia, por favor, créame, fue una simple frase de efecto destinada a impresionar, un remate del discurso, nada más, bien sabe que la política tiene estas necesidades.





Marcus Usherwood



También la Iglesia las tiene, señor primer ministro, pero nosotros meditamos mucho antes de abrir la boca, no hablamos por hablar, calculamos los efectos a distancia, nuestra especialidad, si quiere que le dé una imagen que se comprenda mejor, es la balística. Estoy desolado, eminencia. En su lugar yo también lo estaría.



De Las intermitencias de la muerte. José Saramago


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